lunes, 16 de mayo de 2011

SENTIMIENTO SUBLIME

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Dedicado al Padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, grande de la Iglesia Católica y protegido del recién beatificado Juan Pablo II, para que Dios le tenga en su seno.

Siento algo especial cuando le veo, con la piel tan lisa, tan limpia, tan joven, como si fuera un ángel, un querubín, con los rizos de oro y su mirada transparente. Enfermedad contagiosa la de la belleza, de la pureza del espíritu, virginal y sin pecado. Es mi niño bonito y siempre añorado, lo que me aparta del mundo terrenal, su sola imagen, su presencia me trasporta al mismo Paraíso. La claridad aparece entonces, de un estado supremo que me guía por los senderos de lo Celestial, allí a los brazos del Creador, por saber que en este mundo de miserias, de sinsabores y dolor, existen seres en esencia tan digna. ¡No bastan las palabras para expresar tal sentimiento y ni la misma poesía alcanza para describir dicho estado! ¡Gloria suprema! ¡Bienaventuranza! ¿Cómo comprender la naturaleza del hombre ante algo tan puro? Sin duda, es Dios el que se muestra en ello. ¡Imposible describirlo con palabras! ¡Cómo negar su existencia ante semejante prueba! ¡Es el amor!

Y allí, en nuestro refugio secreto, permanecemos. Mis palabras son amables, suaves como caricias, y sus ojos brillan con la intensidad de la inocencia. Es mi niño de bucles de oro lo que más quiero, él me transporta hacia los brazos del Señor y me aparta del pecado. Le siento en mis rodillas y le hablo, de la suerte que tenemos por estar juntos por compartir nuestras vidas ante los ojos del Supremo. Acaricio su pelo y respiro su aliento; siento su lengua pequeña dentro de mi boca y palpo su entrepierna. ¡Tan bello! ¡Tan inocente! ¡Sin pecado! ¡Es el acto del amor! Y le desnudo para contemplarle en toda su grandeza, para besar su cuerpo, su piel y su miembro blanquecino. ¡Oh Dios! ¡Gracias por semejante regalo! ¡Toda una religión y tu Palabra para ello! ¡Sentimiento sublime! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Contágiame con tu pureza! ¡Ya estoy dentro de él! ¡Dentro de ti! ¡Contágiame con tu fuerza! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios!

Y el amor carnal realiza su transmutación hacia el espíritu, el amor verdadero de nuestro Cristo y Señor. Ya no importa el acto carnal ante tal sentimiento, tan puro como el agua cristalina de un manantial, como la brisa en el bosque, como el aroma de una flor.



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